Mayo 3, 2025
No solo es Trump…
Corría el año de 1084 cuando tuvieron lugar las exequias de un afamado profesor de la Sorbona, en París.
Este hecho, aunque muy antiguo y desconocido para la mayoría… es quizás uno de los más inquietantes de la historia.
Como era costumbre en aquellos ayeres, el sacerdote oficiante solía hacer una serie de preguntas retóricas al cuerpo presente.
Entre ellas:
“¿Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades?”
A lo que una voz respondió por debajo del velo del yacente, clara y perfectamente audible para todos los presentes, lo siguiente en latín:
“Iusto Dei iudicio accusatus sum”, es decir:
“Por el justo juicio de Dios he sido acusado.”
Como era de esperar, y debido al gran revuelo, las exequias fueron suspendidas aquel día.
Una vez reanudadas —esta vez con una multitud de parisinos presentes— el sacerdote volvió a preguntar:
“¿Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades?”
A lo que el prestigioso doctor se incorporó y, con voz estremecedora, exclamó:
“Iusto Dei iudicio condemnatus sum!”
“¡Por el justo juicio de Dios he sido condenado!”
Y cayó, ya definitivamente inmóvil.
Aquel hombre, afamado y venerado por todos, era el Doctor Raymond Diocrés.
Y entre aquella multitud que presenció tan escalofriante hecho, se encontraba San Bruno, el santo de Colonia.
A día de hoy, casi mil años después, no es una multitud la que presencia las exequias de un hombre notable que, a juicio de todos, era casi un santo, sino la que podría tener que responder lo mismo ante semejante pregunta.
Hoy los valores de la sociedad son muy distintos. Sin embargo, la terrible realidad de un juicio póstumo sigue siendo exactamente la misma.
No ha cambiado.
Por eso, no sería justo señalar únicamente al presidente Donald Trump por las terribles faltas cometidas contra la caridad en el tema de la inmigración “supuestamente” ilegal.
Y digo “supuestamente” porque, si las cosas fueran al revés —es decir, si por ejemplo hubiera una gran sequía o glaciación en el país del norte— entonces, y a su juicio, tendrían todo el derecho de invadir territorios como el de México… con sus propias leyes.
Pero sigamos.
En este caso, no solo es Donald Trump quien está en gravísimo peligro de ocupar el lugar de aquel desdichado profesor, sino también la propia multitud mundial que, testigo o no, comete las mismas iniquidades.
Quizás incluso con algunos agravantes.
“Porque tuve hambre y no me diste de comer…”
Pero además, tuve hambre porque tú mismo me robaste mediante guerras militares y comerciales.
Porque tú hiciste presión política para que mi padre no pudiera ganar lo suficiente para mantener a su familia,
y mientras tanto tú te enriquecías con ese faltante de sustento.
Tuve hambre porque bombardeaste mi pueblo, mi ciudad,
los campos que producían alimentos para mi gente.
Porque obligaste a mi gobierno a recibir préstamos con usura,
o le impediste ilegalizar las prácticas usureras de la banca internacional.
La lista puede ser muy larga, pero las consecuencias no tienen final.
Son eternas.
Y, sin embargo, ¿cuántos no se sienten tocados por la gracia divina, creyéndose merecedores de todo bien material,
mientras sienten cero empatía —o incluso repugnancia— por los desafortunados?
¿Esto ya sea porque su país es del llamado “primer mundo”,
o porque pertenecen a una etnia que ellos mismos conciben como superior,
o simplemente por haber nacido en una clase social privilegiada?
Todos tenemos conciencia,
todos tenemos sabiduría para repasar nuestra propia lista.
Y, de momento, todos tenemos tiempo para contestarnos en vida
y enderezar nuestros caminos.
Porque un día también nosotros escucharemos la pregunta:
¿Cuán grandes y numerosas son nuestras iniquidades?
Y más vale que tengamos respuesta antes de que ya no podamos responder.
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