Concebido como un intento de reparación a una terrible afrenta que sufrió la ciudad de Guanajuato y sus habitantes de la época por Benito Juárez y sus Leyes de Reforma, en donde la mayoría de los habitantes del país al ser de mayoría católica y siendo estos los que sufragaban tanto ellos como sus antepasados, fueron despojados de sus bienes comunes con la llamada “nacionalización de los bienes eclesiásticos”, Nace en 1873, el Teatro Juárez.
De esta forma y con este nombre, que con ironía fue nombrado, El Teatro Juárez no iba a olvidar su peculiar historia, ya que fue construido sobre el solar de un antiguo convento que alojaba a los franciscanos dieguinos desde el año de 1633. Hoy en día solo queda la Iglesia de San Diego en el solar contiguo al teatro.
Sobre el citado solar, para mayor enojo de los guanajuatenses se sumó otro desafortunado hecho. La venta por una irrisoria cantidad de dinero al político liberal Encarnación Serrano del citado solar, sobre el cual tuvo la ocurrencia de construir el llamado “hotel emporio”.
En un afán por reparar el daño, el gobernador de Guanajuato el general Florencio Artillón, el cual habiendo recuperado su ciudad natal, Guanajuato, de la ocupación imperialista, y habiendo participado también en la revolución iglesista que impidió al sucesor de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, volviera a asumir la presidencia de la república. Se dispuso a mejorar significativamente su ciudad ordenando entre otras cosas, la demolición del hotel emporio, sobre el cual se decía, pesaba además una maldición.
Las obras comenzaron el 2 de enero de 1873. Estas fueron encargadas al arquitecto José Noriega quien dio comienzo con la obra. Sin embargo su proyecto fue posteriormente modificado por el célebre arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien conservando la idea original, modifica el acceso de linea clásica añadiendo 12 columnas dóricas en cantera verde y de fuste estriado y capitel en bronce siendo además decoradas con liras y grutescos.
Sobre la Balaustrada se yerguen ocho de las nueve musas de la mitología griega hechas en bronce y en un friso adornado con guirnaldas y mascarones se lee el nombre que llevaría el teatro.
Además participaron en el proyecto el ingeniero Alberto Malo, así como Jesús Herrera y el famoso pintor valenciano Francisco Javier Amérigo fueron quienes se encargaron de los complementos ornamentales.
De estilo ecléctico como toda la ciudad en sí, abarca desde el estiló clásico hasta el neo-mozarabe de la sala de espectáculos, este muy de moda por aquella época. Todo esto junto y a la vez en una extraordinaria combinación, haciendo del teatro una muestra ejemplar del eclecticismo arquitectónico como corriente de la época y de la ciudad de Guanajuato.
Una vez dentro de la cantina del teatro, el espacio receptor está adornado con dos grandes nichos ubicados entre las puertas que dan acceso y en donde se pueden apreciar esculturas de bronce. La cantina en sí es una portentosa obre de ebanistería que por sí misma es ya una auténtica obra de arte. El vestíbulo esta además en un ambiente de cristales biselados.
Fabricada en acero, la escalera de honor tiene cinco rampas y tres descansos con dos grandiosas esculturas de mármol en representación de la música y la danza.
Se corona todo esto con una pintura de caballete con una alegoría de la Santa Fe, es decir una mujer que sostiene en sus manos un cáliz y una cruz, con los ojos vendados dando muestra “de que no es menester ver para creer” Siendo este el escudo de armas otorgado a la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato.