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Vinicius y el Jardinero

Se cuenta que hubo un hermoso jardín con gran variedad de flores de diversos colores y aromas.

Todo esto además y por si fuera poco adornado por hermosas plantas y corrientes de agua para alegría de las flores.

Había en ese jardín claveles y rosas, geranios y petunias, inútil describirlas todas, a cual más hermosas. Tanto que alegraban el corazón del dueño del jardín, del propio jardinero que con amor cada día y en cada momento trabajaba en su jardín para tenerlo si cabe, más hermoso.

Y lo conseguía.

Venían los pajaritos por la mañana a beber del rocío disperso por las plantas, a probar tan solo un poco de miel de las flores, atraídos por sus hermosos colores.

El sonido del conjunto era maravilloso, entre las pequeñas corrientes de agua, los trinos de los pájaros, el zumbido de alguna trabajadora abeja entre el suave aire que golpeaba las plantas.

Ni que decir del maravilloso aroma que desprendía de todo aquello.

Llegó un día en que un grupo de flores amarillentas comenzó a sentir que toda la belleza de aquel jardín definitivamente se debía a su única y exclusiva presencia. Y no solo eso, que el resto de las flores debía servirles o desaparecer de aquel jardín que prontamente comenzaron a considerar como propio.

Decidieron que las rosas y los claveles debía morir y servir de abono, que los geranios y las petunias también, y con ellos el resto de las flores.

No es que estas flores fueran todas iguales, si acaso parecidas. Lo que sí tenían en común era su maldad, estaban llenas de soberbia.

Llegaron los meses del estío y estas flores se dedicaron a ofender a las demás por no ser amarillentas como ellas. Insultaban a la rosa por sus colores, al clavel por su tamaño, a la peonía por su debilidad.

Ahora cada mañana amanecían flores muertas y arrancadas, flores tristes y sin rocío en su pétalos, a lo que el jardinero reaccionaba con tristeza, pero sobre todo con amor y paciencia.

Sin embargo cada mañana era peor que la anterior, hasta el punto que peligraba el jardín entero.

La decisión estaba tomada.

Llegó un día cualquiera, el que menos esperaban aquellas flores malvadas y fueron arrancadas del hermoso jardín y para siempre. Toda su vergüenza era nada en comparación. No quedó sin saldar ni la palabra más ociosa siquiera.

Las flores restantes no hacían más que agradecer llenas de júbilo y alegría al jardinero al que amaban cada vez más y más y se lo demostraban embelleciendo su hermosísimo jardín.